Los últimos días del calendario activan balances internos, potencian el desgaste y dejan en evidencia todo lo que no se pudo resolver durante el año. Qué dicen los expertos.

Diciembre no llega en puntas de pie. Llega cargado, apurado, con la sensación de que todo se junta al mismo tiempo. El calendario se llena de compromisos, despedidas, balances, reuniones impostergables y promesas que no siempre se cumplen. A esta altura del año, cuando el margen para corregir rumbos es escaso, lo que aparece no es solo cansancio: es una mezcla de saturación emocional, urgencia y necesidad de sentido.
En los últimos años, este fenómeno se volvió cada vez más evidente. Según datos del Observatorio de Bienestar de la Universidad Siglo 21, el 41% de los argentinos atraviesa más conflictos interpersonales en diciembre.
El Ministerio de Trabajo señala que es el mes con mayor cantidad de renuncias, muchas asociadas al agotamiento. Y la Universidad Austral advierte que más de la mitad de las personas llega a fin de año sin haber tenido conversaciones importantes. No se trata solo de estrés: es la acumulación de todo lo que quedó pendiente.
“Diciembre no nos estalla encima: nos muestra lo que no quisimos mirar”, explica Yamila Martorell, psicóloga, master coach y vicepresidenta de la Asociación Argentina de Coaching Ontológico (AACOP). “Cuando acompañamos esas emociones y habilitamos las conversaciones que venimos evitando, el cierre del año deja de ser un límite y puede transformarse en una posibilidad”, asegura.
Lo que los errores pueden revelar
El cuerpo suele ser el primer traductor de ese desborde. Cansancio persistente, irritabilidad, contracturas, insomnio, falta de concentración. Señales que muchas veces se naturalizan o se atribuyen al ritmo cotidiano, pero que funcionan como alertas. Desde el enfoque ontológico, esos síntomas no son fallas: son mensajes. Indican que algo necesita ser revisado, nombrado o atendido.
En el ámbito laboral, este desgaste se vuelve más visible. Equipos cansados, objetivos que no se cumplieron, evaluaciones de desempeño, cierres apurados. Cuando no hay espacios de diálogo, las tensiones individuales se convierten en malestar colectivo. Por eso, incluso cuando el año ya está terminando, sigue siendo valioso abrir conversaciones, revisar expectativas y aceptar que no todo podrá resolverse en un puñado de días.
La coach Analía Rizzo aporta una mirada complementaria desde la neurociencia: “Al cerebro le gusta el control; a la vida, no tanto. Buscamos cerrar, entender y ordenar para sentir seguridad. Pero diciembre no nos desborda por lo que exige, sino por lo que revela”. Y agrega: “Cuando no encontramos respuestas rápidas, aparece el cansancio. No porque algo esté fallando, sino porque estamos intentando controlar procesos que necesitan ser mirados con más profundidad”.
Según Rizzo, tanto en lo personal como en lo laboral solemos enfocarnos en resultados, metas e indicadores, cuando muchas veces el verdadero aprendizaje está en aquello que no salió como esperábamos. “El valor no siempre está en el resultado, sino en la pregunta que nos animamos a hacernos. ¿Qué aprendí de mí este año? ¿Qué me mostró eso que no salió como quería?”, plantea.
Las señales
A esta lectura se suma la mirada del psiquiatra Fernando Taragano, quien pone el foco en un fenómeno cada vez más frecuente: el agotamiento emocional. “‘Estoy cansado’ es una frase que escucho todos los días”, señala y aclara: “A veces viene acompañada de una risa nerviosa, otras de resignación. Pero detrás hay algo más profundo. No es solo cansancio físico: es un desgaste emocional que se fue acumulando”.
El agotamiento emocional no es fácil de detectar, porque no siempre se manifiesta con tristeza evidente o llanto. Puede aparecer como apatía, irritabilidad, desconexión, dificultad para disfrutar o sensación de estar funcionando en automático. “Es un cansancio que no se va durmiendo —explica Taragano— porque no nace en el cuerpo, sino en la mente y en el mundo emocional”.
Este tipo de agotamiento suele aparecer en personas que sostienen mucho: quienes cuidan a otros, quienes viven bajo presión constante, quienes se exigen más de lo que pueden dar o quienes atraviesan conflictos prolongados. A diferencia de la depresión, que es un trastorno del estado de ánimo con múltiples causas, el agotamiento emocional se vincula directamente con la sobrecarga y la falta de espacios de recuperación.
“Lo peligroso —advierte el especialista— es que muchas veces se normaliza. Se sigue funcionando, cumpliendo, produciendo, aunque por dentro haya un desgaste profundo”. Esa desconexión progresiva puede derivar en pérdida de motivación, aislamiento, dificultad para tomar decisiones y sensación de vacío.
¿Por qué cuesta tanto reconocerlo? En parte, porque vivimos en una cultura que premia la productividad y minimiza el descanso. Parar se asocia a debilidad. Decir “no puedo más” parece un fracaso. Sin embargo, ignorar esas señales tiene un costo alto: deteriora los vínculos, la salud mental y la relación con uno mismo.
¿Cómo se sale?
Superar el agotamiento emocional no es inmediato. Implica un proceso, a veces doloroso, pero profundamente reparador. Algunos pasos esenciales:
Reconocerlo. Nombrarlo ya es un alivio. No es pereza, ni debilidad, ni flojera. Es un signo de que algo no está bien, y merece atención.
Bajar la autoexigencia. Nadie puede con todo. No todo tiene que salir perfecto. Aprender a poner límites, delegar, pedir ayuda, es un acto de salud mental.
Descansar de verdad. No se trata solo de dormir. Se trata de descansar emocionalmente: reducir estímulos, frenar el multitasking, encontrar momentos de silencio, de pausa, de desconexión.
Reconectar con lo que nutre. Volver a actividades que dan placer, que estimulan la creatividad o la contemplación. No para rendir, sino para reencontrarse.
Hablarlo. Compartir lo que sentimos con alguien de confianza, o buscar ayuda profesional. Un terapeuta puede ser una brújula en este proceso.
Mover el cuerpo. El ejercicio físico no es solo para el cuerpo: también libera tensiones y mejora el ánimo.
Revisar vínculos. A veces, lo que nos agota no es el trabajo, sino una relación tóxica, un entorno hostil o una falta de conexión auténtica.
Frente a este escenario, los especialistas coinciden en que no se trata de “arreglar todo” antes de que termine el año, sino de algo más simple y, a la vez, más profundo: escuchar lo que el cansancio quiere decir. Nombrarlo. Validarlo. Entender qué lo provoca.
“Reconocer que uno está agotado no es rendirse —sostiene Taragano—. Es el primer paso para cuidarse”. A veces, el gesto más saludable no es seguir adelante, sino frenar. No para abandonar, sino para volver a conectarse con lo que importa.
Diciembre, entonces, no debería ser solo un cierre forzado. Puede ser una pausa consciente. Un momento para revisar qué quedó pendiente, qué duele, qué necesita atención. No para resolverlo todo, sino para empezar a mirarlo con honestidad.
