Después de dar su testimonio, Rita Furlán se quedó sin trabajo y recibió amenazas. Asegura que no tuvo miedo ni se arrepintió. “Rezo por ella y estoy en paz”, dijo.

La madrugada del sábado 8 de septiembre de 1990 Rita Furlán fue a trabajar al boliche Clivus de Catamarca, como habitualmente lo hacía, sin imaginar que su vida nunca más iba a ser la misma. Lo que vio aquella noche fue clave en el juicio por el femicidio de María Soledad Morales. Gracias a su testimonio, la Justicia pudo condenar a Guillermo Luque y Luis Tula. Sin embargo, al decir su verdad, la sociedad catamarqueña le dio la espalda.

A 34 años del caso que conmovió al país, Furlán rompe el silencio con TN: “Yo no fui presa, pero sí tuve una condena social simplemente por haber sido testigo”

Cuando Rita se cruzó con María Soledad en la discoteca, unas horas antes de la desaparición y asesinato de la adolescente, los principales sospechosos eran hombres vinculados al gobierno de la provincia, de aquel entonces, y todavía el término femicidio no existía en el diccionario ni en el inconsciente colectivo.

La mujer fue señalada en la calle, se quedó sin trabajo y recibió amenazas, con apenas 23 años y tres hijos a su cargo. El camino fue difícil, pero no le quitó la sonrisa ni la serenidad de su mirada. “En ningún momento tuve miedo ni me arrepentí de hablar, porque nunca mentí”, afirmó.

Si bien ya no vive en el mismo barrio, sigue instalada en Catamarca. Hace dos años le tocó enfrentar otra dura batalla cuando le detectaron cáncer de mama y todavía le da pelea a la enfermedad. Evita hablar del caso María Soledad porque hacerlo reaviva el dolor de todo lo que pasó, pero no la olvida. “Rezo por ella y estoy en paz”, expresó en diálogo con este medio.

El femicidio de María Soledad

El 7 de septiembre fue la última vez que vieron a María Soledad con vida. Tenía 17 años. Esa noche, fue a un baile con sus compañeras para la elección de la reina del estudiante, cuya recaudación estaba destinada para pagar los gastos del viaje de egresados de las cinco alumnas del curso que no lo podían costear. Una de esas 5 chicas, era ella.

Cerca de las 2.30 de la madrugada, María Soledad se despidió de una amiga en la parada de colectivos y se quedó sola. Había acordado encontrarse allí con Luis Tula, un hombre 12 años mayor del cual se había enamorado. Tula pasó a buscarla y la convenció de acompañarlo a Clivus, un boliche que estaba de moda sobre la ruta 1. En ese lugar, según consta en la causa, se la “entregó a sus asesinos”.

María Soledad quedó entonces a merced de un grupo de “hijos del poder” que le dieron bebidas y drogas y se la llevaron a un hotel. La violaron entre dos y cuatro sujetos, entre ellos Guillermo Luque, hijo de un diputado nacional. Antes de las 6 de la mañana, una sobredosis terminó con su calvario. Su cuerpo fue encontrado dos días después en un basural, casi irreconocible.

El valiente testimonio de Rita Furlán fue determinante para que el caso no se cerrara impune.

La coartada y la testigo

El trágico final de María Soledad se empezó a escribir en Clivus. Sin embargo, aunque el lugar estaba lleno de gente, Rita fue la primera persona que declaró haber visto a la víctima y a Guillermo Luque adentro del boliche aquella madrugada.

“Yo era la única, y como mi relato no coincidía con el de los demás, me dijeron que me iban a detener”, recordó la testigo, sobre la forma de amedrentamiento que encontraron para hacerla callar. Es que el testimonio de Furlán amenazaba la coartada de Guillermo Luque, quien aseguraba que la noche del 8 de septiembre de 1990 estaba en Buenos Aires y no en Catamarca.

El pacto de silencio y la complicidad de los políticos habían viciado de irregularidades el proceso para facilitar la impunidad de los responsables del crimen, pero Rita no se desdijo. Sostuvo su versión en el primer juicio que se hizo por el caso y ratificó sus dichos en el segundo, en 1998. Pero ya no era la única en poner en jaque a la defensa de Luque.


Guillermo Luque y Luis Tula, los únicos condenados por el crimen de María Soledad Morales. 

El exbarman Jesús Muro declaró entonces haber visto cómo María Soledad en aparente estado de ebriedad u “obnubilada” era acompañada por Guillermo Luque al descender desde la planta alta del boliche, para después partir junto con un grupo de amigos en dos autos con rumbo desconocido.

“El día que se quiebra Muro fue como una bomba expansiva”, sostuvo Rita. La verdad ya se había asomado y no pudieron volver a taparla. Como una suerte de efecto dominó, después de los testimonios de Furlán y Muro, otros tres testigos se sumaron y declararon en la misma línea.

Ya habían pasado ocho años desde el asesinato de María Soledad. Era el 27 de febrero de 1998 a las 22.28 de la noche, cuando la Justicia por fin condenó a los culpables: Luque y Tula fueron sentenciados a 21 y 9 años de prisión respectivamente.

“Fue un golpe muy grande para la provincia el caso de María Soledad”, resaltó Rita, y reflexionó: “No sé si el caso explotó por la consistencia que tuvo o por las personas implicadas, o porque lo dejaron tan descubierto...”. “Al poco tiempo apareció una chica desmembrada y quemada con ácido cerca del cementerio, lamentablemente seguirá pasando”, agregó.

El precio de la verdad

Mientras Luque y Tula empezaban a cumplir su pena tras las rejas, Rita tuvo que afrontar su propio - e impensado - castigo después del juicio. “Fueron más de 20 años de condena social”, sostuvo Rita en diálogo con TN, y apuntó: “La pasé mal muchos años y no solo me afectó a mí sino a toda mi familia”.


Después del juicio, Rita trabajaba limpiando la parroquia Nuestra Señora de la Merced de Villa Dolores. (Foto: gentileza Revista Gente).

Sin trabajo y con sus tres hijos a cargo, se cansó de golpear puertas y se reinventó una y otra vez para poder seguir adelante. “Siendo docente no pude enseñar nunca”, lamentó. Rita limpió casas y también la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, que estaba enfrente de donde vivía en ese momento. “Estudié peluquería e iba a domicilio, los fines de semana vendía empanadas o hacía costura”, siguió.

Cuando por fin las cosas parecían haberse acomodado nuevamente para ella, en plena pandemia de coronavirus un nuevo golpe la puso a prueba. Los médicos le diagnosticaron cáncer de mama y todavía hoy sigue en tratamiento oncológico, con la ayuda del gobierno actual de Catamarca.


Rita, en la actualidad. (Foto: Instagram/berifurfar)

Vivir cada día

A 34 años del femicidio de María Soledad Morales, ninguno de los dos condenados por el hecho sigue preso. Tanto Luque como Tula salieron de la cárcel antes de terminar de cumplir su condena y caminan por las calles de la provincia como cualquier otro vecino. Como hombres libres.

Rita nunca más volvió a cruzarse con ellos. En cambio, mantiene una relación cercana con la familia de la joven asesinada. En la balanza, aunque pagó un precio alto por testificar, no lamenta haberlo hecho.

“No me arrepiento de nada”, remarcó sobre el cierre del diálogo con TN. Y explicó: “Yo también tenía hijas mujeres y si les pasara algo me gustaría que alguien hiciera por ellas, lo mismo que hice yo por María Soledad”.

El presente, por fin, la encuentra fuerte, sonriente y dando pasos firmes en la dirección que ella desea. Un ejemplo de eso es su carrera musical. “Mi sueño era que la gente se enamore de mi voz y por suerte lo estoy cumpliendo”, afirmó Rita, que en los últimos años logró “grabar dos discos y tiene cuatro canciones en Spotify”.

Además, desarrolló un costado más espiritual que la llevó a incursionar en terapias alternativas como el reiki, y sigue escribiendo poemas que espera poder publicar alguna vez.

La mujer en la que se transformó después de tanta lucha elige no guardar resentimientos por lo pasado. En cambio, prefiere poner toda su energía en lo que tiene por delante y en seguir cumpliendo objetivos, durante tanto tiempo relegados. “Agradezco estar viva, y la oportunidad de poder vivir cada día”, concluyó Rita.